Abierta hasta el 11 de octubre de 2011
Horario: de lunes a viernes de 17.30 a 21.30 horas; sábados, domingos y festivos de 11 a 14 horas
Una antología de la obra pictórica del que fuera catedrático de Dibujo del I.E.S. Hermanos Amorós, desde los años setenta hasta bien entrada la década de los noventa
NAVARRO FERRERO: UNA SINGULAR PERSONALIDAD ARTÍSTICA
Sus formas sensibles, delicadas, fluidas, frágiles?, eran portadoras de un soplo (digámoslo así) espiritual, en cuanto que designaban realidades que trascendían lo que entendemos por “vital” u “orgánico”; vehiculaban un arte simbólicamente ornamental, estirando los flecos de la sensibilidad modernista y la exhalación espiritual del arte islámico. Un arte de “curiosidades” que se convierten en “realidades”, parafraseando a Paul Klee: “Así pues, solamente Curiosidades se convierten en Realidades. Realidades del arte que amplían los límites de la vida tal como ésta se presenta de ordinario. Porque no reproducen lo visible con mayor o menor temperamento, sino que hacen visible una visión secreta”.
“Hay dos modos de expresar las cosas: mostrarlas brutalmente o evocarlas con arte. Alejándose de la representación literal del movimiento es posible alcanzar un ideal más elevado de belleza.” (Matisse)
“El arte sugestivo es la irradiación de diversos elementos pictóricos, cercanos entre sí, unificados, que despiertan ensueños, que nos elevan iluminados y a la esfera del pensamiento.” (Odilon Redon)
“Acuérdate de aquello: olvida lo aprendido y? visto, y empieza tú siempre. Debes volcarte en la obra. Que la obra salga de ti, como en un parto. Que la obra sea sangre de tu sangre y del espíritu fecundador, como en una anunciación. Pero debes merecerlo y de ahí el silencio, el trabajo, la tragedia, lo eterno y el ser tú, tú, tú. Recuerdos a tus padres. Un fuerte abrazo”. Son éstas palabras extraídas de la carta de Alfons Roig dirigida a José Navarro Ferrero, fechada en Valencia, a 15 de julio de 1956. Palabras que venían a traducir, casi literalmente, aquellas otras de Kandinsky: “El artista, como creador, ha de expresar lo que le es propio (elemento de la personalidad)”.
Centrando su atención sobre el arte islámico, José Navarro se volcó en el aprendizaje de las formas (y las técnicas) de la lacería, aplicándose en el trazado de líneas entrelazadas, y en el ataurique o decoración mediante dibujos vegetales, estilizándolos, geometrizándolos y repitiéndolos simétricamente. Ahora bien, no era solamente la fisonomía exterior, “visible”, lo que verdaderamente le fascinaba. Junto al patrón repetido del arabesco, basado en enredaderas de volutas y hojas, y todo ese orbe de formas geométricas y esquemáticas, había una imagen de lo trascendente. (El arte del Islam es esencialmente contemplativo, cuyo fin es la expresión de un encuentro con la Presencia Divina.)
Una tesela con nombre propio: “José Navarro Ferrero”.
He dicho en más de una ocasión que la historia del arte valenciano, y en particular el contemporáneo, está todavía por hacer. Lo cual no resta méritos a quienes se han venido ocupando en ir recomponiendo ese “mapa”, hoy pretérito, del panorama completo de nuestra cultura artística.
Ante la imposibilidad de una “reconstrucción” exacta y global de un periodo histórico-artístico, cabe el honesto empeño de ir recomponiendo, tesela a tesela, el mosaico de un paisaje histórico sobre el que se vuelve a enfocar la mirada en un intento de “reinterpretación” al hilo de la recolocación de las piezas ya encontradas y la reinserción de otras nuevas, desconocidas u olvidadas.
Solamente mediante este proceso es posible mirar el pasado con los ojos de ahora: celebrando la paulatina “recuperación” de artistas sobre los que antes no se pudo o supo colocar en el lugar pertinente del tablero. “Recuperaciones” ?insisto- que favorecen la cimentación de las estructuras ya asentadas de nuestro pasado artístico, o bien pueden facilitar obligados desplazamientos derivados de un “atravesamiento” histórico, en diagonal o en zigzag.
Juan Ángel Blasco Carrascosa
Catedrático de Historia del Arte
Universidad Politécnica de Valencia
UNA MUESTRA RECUPERA LA TRAYECTORIA ARTÍSTICA DE NAVARRO FERRERO
CRISTINA MARTÍNEZ
Como un arte de curiosidades que se convierte en realidades define Juan Ángel Blasco Carrascosa, catedrático de de Historia del Arte de la Universidad Politécnicac de Valencia, la obra de José Navarro Ferrero (Beneixama, 1933?Villena, 2008), que ahora se recupera en una antológica que se inaugura hoy, a las 20 horas, en el Club INFORMACIÓN, donde se podrá ver hastsa el 11 de octubre, con el objetivo de «resituar su obra en la crítica y en el mundo del arte», asegura Rafael Hernandez, comisario de la exposición.
La muestra reúne cuadros del que fuera catedrático de Dibujo del IES Hermanos Amorós de Villena durante más de 20 años, para ofrecer un recorrido por las diferentes etapas que atravesó su arte. Desde la década de los 50, de formación académica e influencia de las vanguardias, hasta los 90, cuando su producción deriva a la abstracción, pasando por las influencias simbolistas y surrealistas de los 70 y las líneas modernistas de los 80. En la presentación de la muestra, con la que colabora el Instituto Juan Gil-Albert, participa Ángel Luis Prieto de Paula, profesor de lal Universidad de Alicante.
EL PINTOR NAVARRO FERRERO, UN ARTISTA QUE DECÍA CALLANDO
ÁNGEL L. PRIETO DE PAULA
Nacido en 1933 en Beneixama y muerto en Villena en 2008, el nombre de José Navarro Ferrero no resultará familiar más que al círculo reducido de expertos en pintura valenciana de la segunda mitad del siglo XX. De todos modos, creo que a él no le hubiera importado mucho, tan poco pagado como estaba de sí mismo y tan alejado de la feria de las vanidades con la que a menudo se confunde la vida artística.
Pocas veces he conocido a alguien no diré con tan rica vida interior, sino con una vida interior… tan verdaderamente interior. Cuando comencé a tratarlo, él ya cultivaba con esmero el arte de no decir ni siquiera lo justo. Ejemplo de lo que alguna vez he llamado «retórica al revés», consistente en decir callando, Navarro Ferrero era refractario a la verborrea y a los excesos gestuales, y se concedía muy pocas expansiones. Sin embargo, esas pocas excepciones a su laconismo sorprendían, además de por su carácter inhabitual, porque nos permitían asistir a las manifestaciones explosivas de una tormenta por lo común represada en el claustro inaccesible de su intimidad, pero que un día rompía todas las esclusas para verterse fuera, ya sin orden ni concierto. Cuando ello sucedía, uno tenía la sensación de haber hollado en un sagrario, pues ya dijo el poeta que donde hay dolor hay tierra sagrada. Y eso, el dolor provocado por una sensibilidad exacerbada, era lo que se alcanzábamos a ver, aunque no termináramos de saber la causa. Luego sucedía el retorno a la normalidad: cerradas otra vez las puertas, se hacía el silencio.
Por entonces, la imagen de Pepe Navarro oscilaba entre el cartujo, casi como nos los presenta Zurbarán, y el Quijote que imaginó Doré: el uno, por macerado en el silencio y confundido con los utensilios y los pliegues geométricos de aquellos refectorios monacales; el otro, por su talante vertical, su barba apuntada, su mirada como situada un punto más allá de las cosas del mundo. Hacía algunos años que había llegado como profesor de dibujo, en los inicios de su madurez, al instituto en que nos conocimos, luego de haber vadeado los ríos de la vida: los estudios de Bellas Artes en San Carlos de Valencia, su participación en el Movimiento Artístico del Mediterráneo, su conocimiento de Eusebio Sempere en París, su trabajo como diseñador en Palma y otros lugares, los trabajos y los días de un esposo y padre de familia…
A lo largo de los años mantuvo el contacto con el sacerdote Alfonso Roig, a quien conoció durante su etapa de formación en Bellas Artes. El padre Roig, hombre culto y crítico de arte, era una isla de humanismo en el ambiente costroso de la posguerra valenciana. Aunque oficialmente fue su profesor de «Liturgia y Cultura Cristiana», en realidad ejerció con Navarro Ferrero la labor mucho más abarcadora de mecenas espiritual y de verdadero maestro. Él le imbuyó aquel espíritu de Kandinsky, el iniciador de la abstracción lírica, reflejado en De lo espiritual en el arte, una especie de breviaro para don Alfonso. Y, en efecto, toda la obra de Navarro Ferrero, cuyas modulaciones estéticas iban por la vía del simbolismo y habían recogido los ecos del Modern Style, se explica a partir de dos o tres principio básicos vinculados al espíritu de Kandinsky: el verdadero paisaje del hombre es el que habita en su interior; el arte es una vía contemplativa, en la que el artista expresa el alma de las cosas frente a la cosificación y el materialismo; el camino más fructífero consiste en dejarse guiar por el soplo de la intuición, en una recreación de la «docta ignorancia» de los místicos.
No lo sé a ciencia cierta, pero supongo que debió de influirle mucho la estética de los prerrafaelitas y su círculo intelectual, pues coincidía con ellos en su rechazo del arte industrializado (John Ruskin) y la exaltación del trabajo artesanal (William Morris), por no hablar del espiritualismo morboso de Millais o las estampas bíblicas de Hunt…, aunque no compartiera con ellos esa postura galante que derivaría en el Art Nouveau. Su mundo estaba habitado por una nostalgia del absoluto que a los prerrafaelitas les condujo a inventarse una Edad Media bañada en el espíritu, y a él a perderse en un laberinto de ritos, arabescos, volutas, rosetones, vitrales que tamizaban la luz de la realidad, como un eco de la caverna platónica: expresiones todas ellas de ese Dios relojero que construye el Orden a partir de la selva primigenia del Caos. Luego vendría un arte estrictamente geométrico, que jugaba con los trampantojos visuales y las formas depuradas y desprovistas de referencias figurativas, que nutrieron su exposición en la Casa de Cultura de Villena Tramas, trepas y bolas, en 1995.
En estos días, en fin, puede contemplarse la obra de Navarro Ferrero, hasta el próximo 11 de octubre, en la Sala de Exposiciones del Club Información: una sala convertida temporalmente en un recinto litúrgico.