DATOS DEL EVENTO

  • EMPIEZA
    13-05-1999
  • TERMINA
    01-01-1970

INTERVIENE:

ADOLFO MARSILLACH SORIANO. Actor, autor y directoral teatral

PRESENTA Y MODERA:

JOSÉ MARÍA PEREA. Periodista

EL ARTE DE CAUTIVAR

CRISTINA MARTÍNEZ

No era exactamente un escenario lo que pisaba, pero sí se enfrentaba a un público dispuesto a dejarse arrastrar por un texto improvisado y, sobre todo inteligente. Adolfo Marsichach aseguró no tener vocación de conferenciante, porque «cuanto más crezo en años, más decrezco en sabiduría. No tengo seguridad sobre nada, estoy lleno de dudas y me siento incapaz de cualquier tipo de pedagogía sobre ustedes». Pero como él mismo reconoció minutos más tarde, «una charla es también un acto teatral. ¿En qué medida los que estamos sentados a esta mesa o los políticos que se suben a un estrado a arengar a las masas o a intentar convencerles de que van a hacer algo que luego incumplen, al tener delante a alguien percibimos si les interesa lo que esta diciendo o no?».

De lo que sí tiene vocación es de hombre de teatro. Recordó cómo rodando una película con Vitorio Gasman y, tras una jornada intensa de trabajo, le dijo al actor italiano que su oficio era durísimo. «El me contestó una cosa estupenda. Me dijo: “Si, es durísimo, pero siempre es mejor que trabajar”». Con esta anécdota quiso expliar que «tengo el inmenso lujo de pertenecer a un oficio que todavía me divierte y que, por lo tanto, es muchísimo mejor que trabajar».

Como los buenos actores, consiguió meterse al público en el bolsillo, provó sonrisas y continuó con una afirmación rotunda. «Todos los actores somos patológicamente esquizofrénicos, pero esto también se produce en la literatura. Los autores quieren confundirse con el personaje que crean». Recordó como Valle-Inclán narraba la pérdida de su brazo, no a raíz de una infección, que era la realidad, sino a consecuencia del ataque de un tigre; la voz de Paco Umbral, «que es inventada, se ha inventado un personaje más o menos antipático y luego detrás hay una persona bastante asequible»; y Antonio Gala «que no nació con un bastón y sin embargo lo lleva porque considera que forma parte de su personalidad».

¿El teatro puede cambiar la sociedad? Todavía no lo tiene claro, aunque sabe que «el teatro es una consecuencia de la sociedad porque ésta propicia un determinado ambiente y, a veces, aunque no sea consciente, la sociedad puede llegar a producir un determinado tipo de teatro».

No obstante, matizó que no se puede hacer teatro sólo para halagar al público. «Si siempre hubiera sido así, el arte no hubiera avanzado». Entonces, Marsillach se dirigió al público para explicar cómo la historia está llena de ejemplos de obras que se estrenaron y que no gustaron nada, y cuyos autores, posteriormente, han llegado a ser reconocidos. «Me acuerdo de una carta que le escribió Valle-Inclán a mi abuelo, que era periodista, en el que se quejaba de la actitud de Margarita Xirgú porque no había querido ni leer un rexto suyo».

Un cúmulo de anécdotas

Controló las pausas, rió con el público y expuso diversas anécdotas, que tuvieron la importancia no por su significado en si mismo sino por el arte que demostró para contarlas como explicación a sus argumentos. Habló, casi actuando, del silencio «roto groseramente por el espectador que saca un bombón con papel celofán, que ahora es peor con los móviles. ¿Por qué siempre suena el móvil en el momento en que la mujer descubre que el marido la engaña? Podía sonar en otro momento, pero no».

También contó cómo, hace años, la concejala de Cultura de Almagro se negaba a programar una obra porque era muy conocida «y decía que ya sabían el final»; acusó a los críticos de que, a veces, «tienen vocación de no ser humanos» y aseguró no estar en contra de ellos «pero sí de la crítica precipitada».

Entabló una distendida conversación con el público. Sobre las similitudes entre «¿Quién teme a Virginia Woolf?» en cine y en teatro destacó que «nuestra versión está un tanto intelectualizada»; respondió a otra pregunta sobre el papel que le gustaría hacer que «mi único deseo era interpretar a Hamlet, lo hice y nunca en mi vida me han dado un pateo mayor, así que decidí que nunca desearía interpretar a un determinado personaje», y defendió las asociaciones de espectadores «si no acaban imponiendo sus criterios».

Aseguró que si una obra no conecta con el público «la culpa es siempre nuestra» y que los políticos «me preocupan menos porque no son colegas, pero los actores sí y si uno no respeta la profesión yo dejo de respetarle a él».

Despúes de un largo aplauso, Adolfo Marsillach tuvo tiempo también para firmar a los asistentes el libro de sus memorias, «Tan lejos, tan cerca».

Datos informativos

Fecha inicio : 13-05-1999

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