Colabora: La empresa exhibidora Luis Martínez Sánchez, S.A., el Centro de Estudios Monumental y la distribuidora Alta Films
Sipnosis
En los idílicos valles de una región del norte de España se desata una disputa mortal: Gildo (Juan Diego) mata a su vecino Severo (Celso Bugallo). El motivo, una disputa sobre una hermosa, gorda y lechera vaca.
No todo son vacas en los profundos valles del Pas. Las niñas como Genia (Clara Lago) suspiran por unas buenas botas deportivas y aprenden a bailar la danza del vientre. Val (Marta Etura) y Genia son las hijas de Gildo; la una trabaja de sol a sol, y la otra estudia.
Al entierro de la víctima llega su hijo, Rai (Luis Tosar). Rai se siente atraído por Val, la hija del asesino de su padre.
Val comienza a salir con Rai y a ceder a sus requerimientos sentimentales, por mandato de su padre, deseoso de enterarse de cuánto sabe Rai del homicidio y de quién sea el homicida.
También Rai espera saber algo de la muerte de su padre a través de Val. Poco a poco las intenciones investigadoras del uno y de la otra se van trocando en verdadero amor, un amor que es una amenaza para todos.
CRÍTICA – CINE
Amor y muerte en la España profunda
ANTONIO DOPAZO
Su mejor credencial es la incursión que efectúa en un marco de la España profunda tan singular como inédito en las pantallas, el Valle del Pas de Cantabria. Aunque en el plano dramático y en la descripción de los personajes se contemplan algunos reparos de peso, en líneas generales Manuel Gutiérrez Aragón ha forjado un producto sugestivo y recomendable, que será la única presencia española a concurso en el festival de Berlín. La buena labor de los actores, especialmente de una todavía poco conocida Marta Etura, compensa en parte los trazos discutibles de su cometido.
Oriundo de Cantabria, donde ha rodado algunas de sus películas -incluyendo su «opera prima», la celebrada «Habla mudita»-, Gutiérrez Aragón ha regresado a su feudo para mostrar la idiosincrasia de un pueblo, el de los pasiegos, que mantiene hoy unas costumbres y tradiciones milenarias gracias al aislamiento en que vive.
La película se recrea en sus feudos, unos bellísimos paisajes, para dar cobertura a una historia de amor nacida de un trágico suceso. Se hace patente, eso sí, que el guión de Ángeles González Sinde y del propio director surgió más de la fascinación del entorno que de un conocimiento previo de este mundo.
La personalidad de dos ganaderos como Gildo y Severo, vecinos enfrentados por un problema relacionado con sus vacas, dice mucho de la actitud y de la forma de ser de unos individuos que siguen atados a un pasado ancestral alejados del mundo.