Dirigida por Lasse Hallström
Ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín. Escrita y dirigida por Paul Thomas Anderson
Por gentileza de la empresa exhibidora Vicente Espadas, S.A. y de la distribuidora Aurum
CRÍTICA CINE
ANTONIO DOPAZO
Es un punto y aparte en el cine
que se hace hoy en Hollywood y
certifica la talla de Paul Thomas
Anderson, director de «Boogie
nights», un autor tan personal como
independiente, capacitado para
adentrarse en lo más profundo
del individuo y reflejar cuestiones
que definen la crisis de la sociedad
actual. El único defecto de
«Magnolia», que impide que sea
un producto soberbio, es su abrumador
metraje. Sus tres horas
conllevan inevitablemente, aun
más tratándose de un relato que
aborda temas tan duros y terribles,
desfallecimientos en el ritmo.
Aun así, nadie
puede discutirle
el Oso de
Oro que logró en
el Festival de Berlín,
los numerosos premios a la
crítica que ha recibido en Estados
Unidos y sus tres nominaciones a
los oscars.
Responsable único también del
guión, como en sus dos cintas
precedentes, Anderson pretendía
escribir algo resumido e íntimo
que pudiera rodar en apenas 30
días. Sucedió que el proyecto inicial
se le fue de las manos a medida
que iba generando nuevos
personajes y éstos se relacionaban
entre sí, llegando a forjar algo
así como un microcosmos de
la sociedad norteamericana. De
esta forma emergía un producto
coral, con un total de nueve historias,
en el que el protagonismo
descansa sobre numerosos seres
que traducen, pese a la diversidad
de los mismos, las angustias y
miserias de un amplio sector de
la población. Algo parecido, aunque
con menos agilidad narrativa,
a lo que hizo Robert Altman en
«Vidas cruzadas».
La mirada que depara el realizador
sobre el individuo es casi
patética. La impresión que prevalece
en el film es que estamos ante
seres frustrados, marcados por
un pasado que les angustia y que
buscan a toda costa un perdón
que no está en disposición de
conseguir. En este sentido hay
momentos de un dramatismo
exagerado, especialmente el de la
hija que no perdona a su padre,
un presentador de televisión con
una enfermedad incurable, y que
le recrimina todavía más sus culpas
y el del líder machista televisivo
que tampoco pasa por alto, ante
el lecho moribundo de su padre,
que éste abandonase a él y a
su madre en un trance decisivo
de sus vidas.
Diálogos de una inusitada crudeza,
mostrando lo peor del alma
humana.