DATOS DEL EVENTO

  • EMPIEZA
    15-10-2004
  • TERMINA
    01-01-1970

Del 15 de octubre al 12 de noviembre

Horario de visita

De lunes a viernes de 17.30 a 21.30 horas

Sábados, domingos y festivos de 11 a 14 horas

UNA VIDA DE ARTE CON ESTILO

JUAN ANTONIO GIMÉNEZ

En 1971, antes de acabar la carrera de Bellas Artes en Valencia, Vicente Rodes realizó su primera exposición con Carmelo Palomino y Juan Mazorriaga. Sus incipientes pinceladas se encaminaban por la abstracción. Desde entonces hasta hoy, con el paso de más de tres décadas, el pintor villenense ha ido enriqueciendo su lenguaje artístico hasta hacerse acreedor de un estilo propio. En la muestra de sus últimos trabajos que ayer tarde inauguró en la Sala de Exposiciones del Club INFORMACION, a la que acudieron multitud de compañeros y amigos como Antonio Ramos, Carlos Mateo, Carmen Cazaña, José Díaz Azorín, Arcadio Blasco, María Chana, Pablo Lau y Mariano Carrillo, entre otros, el artista abre su mirada pictórica a nuevos frentes, fiel a su inquietud plástica. Un recorrido por la exposición permite observar distintas etapas de la trayectoria de Rodes, quien afirmó ayer que «es inútil intentar explicar un cuadro: lo mejor es que este establezca un diálogo con el espectador. Si consigo esto, objetivo cumplido». El denominador común que une todas sus pinturas es una cierta dosis de misterio, su persecución de la emoción en cada lienzo. La riqueza de las obras expuestas en el Club INFORMACION hasta el 12 de noviembre reflejan la madurez artística de uno de los mejores creadores alicantinos contemporáneos.

VICENTE RODES O LA EMOCIÓN DEL CUADRO

ISABEL TEJEDA

Rodes nació en Villena a finales de los años 40, en una ciudad con escaso ambiente cultural: «Eso no existía en Villena, al menos, quizás por mi edad, yo no lo percibía, pero sí había personas como José María Soler, entre otros, que funcionaban como referentes culturales». Quizás por esa falta de información «ni tan siquiera sabía que existía una carrera llamada Bellas Artes», se desplazó a Sevilla en 1965 para iniciar sus estudios en arquitectura. Durante estos años en la capital andaluza no puede decirse que estudiara con demasiado ahínco -«imagínate que estuve en tres tunas y no sabía tocar ningún instrumento pero inauguré la práctica del triángulo en la tuna sevillana»-, sin embargo sí siguió con interés las clases de dibujo: «dibujar, sí dibujaba. Pintaba con gouache, realizaba collages o tomaba apuntes del natural como parte de los estudios de la carrera; paralelamente hacía mis pinitos en cosas sin importancia, con aguadas, témperas, carbones o manchando con el tubo de óleo negro directo en el papel».

En 1969 ingresaba en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia. «Más que en la disciplina, creía en la inspiración» -recuerda tras una sonrisa escéptica-, «aunque me comía la impaciencia, quería quemar rápidamente etapas». Dos años después y en Alicante realiza su primera exposición con Carmelo Palomino y Juan Mazorriaga. «Era una exposición potpurrí. Las exposiciones colectivas que viví en mi juventud no estaban vertebradas conceptualmente, ni tenían presupuestos intelectuales, ni un manifiesto. Nos juntábamos porque éramos amigos». ¿Y qué pintabas entonces? «Abstracción. Y es extraño, pero jamás he sabido por qué. Creo que nunca me fue ajena. Quizás mi encuentro de crío con unos cuadros abstractos que pintaba González Santana en las fiestas o con una colección de tarjetas postales de mi padre me ayudaron. En San Carlos, recuerdo que me marcó el viaje al Museo de Arte Abstracto de Cuenca, visita que se consideraba casi una «peregrinación». Cuenca supuso un descubrimiento fundamental ya que, lamentablemente, nuestra información era mínima, pero de lo que nos llegaba nos empapábamos bien. Era una especie de vomitona, de ansiedad, en la que un cuadro debía terminarse en una semana. No había aprendido aún que una obra puede aparcarse un año y retomarla después. Imagina que estábamos exponiendo antes de terminar la carrera».

Artista en ciernes

Si describimos algunos de estos cuadros, podríamos no reconocer su autoría ya que en 1974 Rodes era un artista en ciernes, por definir. Esto resulta llamativo en un pintor que se ha caracterizado por una solvente coherencia plástica resultado de su defensa de la construcción de un estilo personal. «Respecto a la cuestión del estilo nunca he compartido el no estilo, ni lo compartiré. Otra cosa es que con el paso del tiempo te vayas enriqueciendo para que existan varios frentes de acción. Defiendo el estilo sin que te llegue a estrangular. Con esto quiero decir que he dado pocos saltos al vacío: unas cosas me han llevado a otras y siempre he dejado las puertas abiertas sin renunciar nunca a nada. De hecho, a veces sin planteármelo aparecen cosas antiguas. Supongo que esto le debe pasar a mucha gente: que las distintas etapas supongan un constante enriquecimiento de tu lenguaje».

No obstante, hay elementos de aquellas primeras obras que creo poder relacionar con el Rodes que re-conocemos y que se centran en su contención cromática. Llama, sin embargo, la atención que la herencia que bebe esta serie es la de un surrealismo en sus últimos coletazos, en línea con ciertas tendencias de la pintura española de los años setenta que intentaban provocar en el espectador sensaciones de incomodidad y rechazo a través de imágenes y formas no desveladas, y mensajes turbios y enigmáticos era una manera de ser consciente del entorno político sin ser evidente.

Durante la segunda mitad de los años 70, Rodes se alinea con el discurso galo de Support-Surface, al dividir la superficie del cuadro en campos de color con ecos de Rothko; en algunas piezas, las menos, trabaja la secuencia y la reiteración de un mismo elemento. Trabajaba superficies desprovistas de elementos de forma minimalizadora que son la bisagra hacia las eles acopladas o los cuadrados descentrados yuxtaponiéndose de finales de la década -de nuevo emplea el recurso de que un elemento le dé sentido a otro y no tenga sustento sin la existencia del resto de la obra-.
«En el verano de 1976, llegamos a Alicante y a los dos años realizo una individual en la Galería 11 . Carmen Cazaña mostraba una oferta distinta, dedicada a una generación más joven de artistas. Era un espacio fresco donde recalaba todo el que aparecía por aquí». Presenta unas obras sobre papel que contienen cierto grado de minimalización de la forma partiendo de elementos geométricos -fundamentalmente cuadrados-. Son estructuras ensambladas que buscan el equilibrio espacial en el cuadro a partir de la composición, la repetición y la simetría.

Una época fantástica

Y en esto llegaron los 80. La entrada en la década no pudo ser mejor. «Los 80 fueron una época fantástica porque significaron una apertura enorme. De repente, teníamos revistas e información, nacieron las ferias nacionales y regionales de arte -sobre todo ARCO-, el Centro Reina Sofía, los nuevos museos. Todo aquello supuso una gran borrachera que había que saber digerir. Pasábamos de la inanición a la sobredosis». El principio de la década constituyó una reivindicación sin cuartel de la pintura-pintura, una pintura sin discurso de combate. En España, y tras la muerte de Franco en 1975, pareció llegarse a un acuerdo tácito respecto al discurso político: «Creo que la gente estaba un poco harta y necesitaba aire fresco».

Y en esta efervescencia surgió Propuesta, una exposición colectiva de artistas y arquitectos alicantinos. «Propuesta nos sacó del aburrimiento. Fue un catalizador que aún hoy sirve de referencia y, aunque nosotros no le dimos demasiada importancia, sí fue un revulsivo». Rodes presentó cuadros verticales atravesados por unas columnas geométricas algo retorcidas; en ellos, la superficie plana, sigilosa y apacible de la etapa anterior era sustituida por el estruendo del color -naranjas, violetas, rojos, verdes, azules, amarillos- y del gesto de una forma alegre, festiva. De hecho, son los cuadros más coloristas que jamás ha pintado. Si los 80 fueron una época de júbilo, de ruptura, es sintomático que en esta exposición, cuyo propósito era quitarse telarañas de encima, propusiera una obra pizpireta, bulliciosa y pletórica de «joie de vivre». Una pintura que hablaba de pintura, discurso que nunca ha abandonado.

De 1982 a 1984 Vicente Rodes reside en Asturias. Allí se gestaría una nueva serie de obras que se mostrarían en 1984 en la galería Charpa de Gandía, y que seguirán presentes en Arco?85. Las formas geométricas sufrieron un proceso de ablandamiento paulatino hasta curvarse. Son cuadros que se vuelven hacia los orígenes de la abstracción lírica, cargados de evocaciones, con muchos matices y texturas, con un uso severo, al tiempo que sabio, del color, con una construcción de espacios conformados por la atmósfera, por la luz vespertina, dejándose llevar por la plasticidad y la propia materia pictórica como vehículos de la emoción. «Cuando volví a Alicante en 1985, expuse de nuevo en la Galería 11. Los arcos se habían convertido en arquitecturas, en portones».
A partir de esta época, aparece un triángulo que queda enmarcado y subrayado y que gestiona y distribuye el espacio de la obra. Esta forma triangular convive con el gesto y el goterón permitiendo una lectura global, pero también facilitando que la mirada divague de un elemento a otro del cuadro. Son pinturas poéticas, emocionales. Algo que siempre ha perseguido: «Uno de los componentes en un cuadro para que sea bueno es que tenga ciertas dosis de misterio, que emocione». Esta cuestión me parece de capital importancia ya que se trata de un autor que casi siempre se ha servido de la geometría pero que, sin embargo, más que usada de forma concienzudamente reflexiva, ha sido el vehículo para contener las emociones. Y creo que es la primera vez que Rodes lo consigue de forma tan rotunda. Estas obras suponen su espléndida madurez pictórica.

Poética de contrastes

Desde principios de los años 90 hasta ahora, Rodes ha mantenido el mismo discurso plástico pese a que hayan aparecido elementos nuevos. Fundamentalmente inicia una poética de contrastes entre lenguajes geométricos y gestualidad, entre lo frío y lo caliente, entre la conciencia y la emoción. El elemento geométrico es el que, en una gran parte de las pinturas de esta muestra, protagoniza y estructura el espacio. Sin embargo, y frente a la limpieza medida de autores claramente constructivos como Palazuelo, Rodes realiza sus geometrías «a mano alzada», como bien supo ver Javier Lorenzo, subrayando sutilmente un gesto que, con la obra muy cercana, se traduce en temblorosas y vibrantes líneas poéticas. «No sé si es un sentido matissiano de plantearme la cuestión, nos decía el pasado año, pero disfruto ante las cosas serenas huyendo de la geometría fría gracias a la vibración del trazo».

Se percibe una mayor frialdad pese a que los caliente con los celajes profundos o las líneas paralelas tiradas a mano haciendo contrastar el elemento más frío y geométrico con las calidades de los fondos y la creación de atmósferas. En esta exposición aparecen por vez primera las hojas. ¿Por qué? -le pregunto-. «Y yo qué sé. A veces se te ocurren cosas y te lanzas. Asumo riesgos precisamente porque no sé qué va a ocurrir. Metí los elementos orgánicos por contrastar con lo geométrico».

Y así llegamos a su exposición en el Club Información: «Si antes funcionaba como con un embudo hacia planteamiento más geometrizantes, en esta ocasión abro los frentes. Creo que se cumplen ciclos y dos o tres años trabajando a base de rayas es suficiente. Me apetece ampliar cosas, añadir otras, incluso retomar elementos del pasado». Es una serie de obras rica, con diversas miradas en las que vemos muchos Rodes distintos. Se interpretan guiños a su pasado pictórico: en el recurso iconográfico de la hoja que trae a la memoria sus primeras obras de los 70; en los cuadrados hacinados de paleta sobria que conduce a Support-Surface; en una obra tachada, de un informalismo duro; en delicadas atmósferas acuosas que remiten a su etapa más lírica… Como entonces comentamos, es una exposición generosa porque muestra todo aquello que un pintor trabaja contemporáneamente en el estudio y que luego, quizás por pudor, quizás por estrategia, rehuye enseñar. Y es que Vicente Rodes confía en el saber ver del espectador.

BUEN PINTOR Y MEJOR PERSONA

EMILIO SOLER

Sobre el excelente artista Georges Braque, el mismo a quien el teórico Louis Vauxcelles reprochara en una crónica sobre el Salón de Otoño parisino de 1908 que pintara con «unos cubitos», siempre recordaré una anécdota que me contó, creo, mi amigo Arcadio Blasco. Para Braque todo comenzó en su primera exposición individual, apadrinada nada menos que por el precursor del surrealismo Guillaume Apollinaire, donde aparecía uno de sus temas obsesivos, los instrumentos musicales. A partir de ahí, el pintor de Argenteuil decidió unir su suerte a la de su gran amigo Pablo Picasso, también interesado en aquello del cubismo tras sus «Señoritas de Aviñón», que, en el fondo no eran más que las prostitutas a las que solía recurrir el artista malagueño en sus visitas a la calle Aviñó de Barcelona… Decía que Braque y Picasso levantaron la bandera, revolucionaria, eso sí, de aquel nuevo movimiento conocido como cubismo frente a los escandalizados espectadores burgueses de la época. El cubismo, lo señalan los cronistas actuales de la cosa pictórica, hizo tabla rasa con todas las modalidades anteriores de la visión y comprensión de un cuadro, le dio amplia autonomía a la pintura y entendió que el cuadro era una arquitectura y el objeto algo de mayor realidad que la realidad misma.

Braque y Picasso, Picasso y Braque, decidieron trabajar y divertirse juntos; no firmaron muchas de sus obras para confundir a los críticos de por entonces. Que adivinaran los muy analfabetos si las telas que salían de sus manos pertenecían a Pablo o a Georges. Poco a poco sus pinturas aflojan sus vínculos con lo real y se hacen más abstractas. A medida que pasaban los años, la amistad entre ambos permanecía inalterable. Se les encuentra juntos en Ceret en 1911, y en Sorgues un año después. Es en esta época cuando Picasso se interesó por una tela inacabada de Braque. Se la pidió insistentemente y a pesar del asombro de su compañero de cuitas porque la obra estaba apenas esbozada, aquél no pudo resistirse a la insistente petición de su amigo español. Una vez conseguida la pintura, el de Málaga se la llevó a su estudio, colgándola en un rincón mal iluminado. A los pocos días, Pablo había organizado una especie de fiesta en la que se encontraban invitados marchantes y críticos. Cuando ya estaban todos reunidos, Picasso se dirigió a los presentes y, señalándoles la inacabada obra de su amigo Georges, exclamó: «¿Han visto ustedes lo mal que pinta últimamente Braque?».

Sirva esta anécdota para contraponer el carácter de Vicente Rodes con el del «malvado» Pablo Picasso. Vicente nunca hubiera hecho eso con la obra de un compañero. Jamás. Vicente es una persona encantadora que nunca habla de su obra porque prefiere que sea el espectador el que diga la última palabra sobre ella; que se dedica a trabajar sin prisa pero sin pausa en su taller de la avenida Juan Bautista Lafora, siempre a caballo entre el sonido del romper de las olas contra el Cocó y la contaminación que se cuela por las ventanas de su estudio. Rodes, villenero de pro y por tanto recio, sobrio y silente como las gentes y el vino peleón de su tierra valenciana pero manchega, un buen día se nos vino para Alicante con sus críos y su inseparable Carmen, «la de los ojos bonitos». De los colores de por aquí rellenó su paleta de esos increíbles rojos, azules, verdes y amarillos que dan vida a unas quebradas formas geométricas que rompen la realidad del cuadro y lo transforma en una obra tridimensional. Honesto a rabiar, frío e implacable en su recorrido artístico y vital, Vicente Rodes, que contempla la naturaleza, la descompone y la reorganiza de acuerdo con su ordenación conceptual, podría hacer suya aquella frase de, precisamente, Georges Braque: «Me complace la regla que corrige la emoción». Y la exposición que se inauguró hace bien poco en el Club INFORMACION, merced al buen ojo de José Mari Perea, y que usted debe contemplar, es una buena muestra de todo ello. Un ejemplo para todos del arte y de la bonhomía de un pintor alicantino. De Vicente Rodes.

Datos informativos

Fecha inicio : 15-10-2004

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